Así
que toque la puerta, llegue a mi casa y tire mi bolso encima del sofá, mientras
mi madre gritaba una vez más: “Busca otro lugar”.
Seguí
caminando, mientras entraba a una pintoresca cocina. En ese instante decido abrir
la nevera, para así buscar los ingredientes para mi famosa receta; un pie, que
a más de uno ha de causar suspiros sin fronteras. De repente miro a mi alrededor
y no estaba, no estaban los huevos ¡¿Dónde coño están los huevos?! Me traté de
calmar y me dije a mí misma, bueno los busco luego.
Continúe
mi recorrido y decidí buscar la leche y de repente ¡puf! tampoco estaba, me
enoje y pensé: ¿Cómo era posible que me permitieran hacer un pie sin ningún
tipo de alimento a dónde buscar?, Si lo único que había traído de la residencia
era un par de mantequillas, y mis manos frías y tosca para hacer un par de
tortillas.
No
había nada, ni si quiera los limones que siempre coloreaban el paisaje de mi
dulce hogar. Me enfurecí, entre a la sala y le reclamé a ella, a la única mujer
que me ama de forma más honesta. Ella frunce el ceño y me contesta. “Tu debías
saber que aquí no había nada”. Me enfurezco aún más, aún cuando en el fondo sé
que la ira no es con ella, así que decido contestarle palabras erróneas y fuera
de lugar sin pesar y sin pena. Ella sólo frunce el ceño y yo me retiro sin
igual.
¡Que
injusto es no estar en un país normal!, donde si falta algo por equivocación,
cualquiera puede salir a la esquina sin juzgar.
¡Que
injusto es no estar en un país normal!, donde las casas están llenas de
alimentos básicos por doquier y sin apaciguar.
Esto
era una miseria y yo sólo podía alegar una vez más, que este no es mi lugar, y
yo no pertenezco a este país de cosas sin habituar. Un país sin reglas donde el
talento era sosegado o simplemente volaba hacia otros senderos, como vía de
escape para este fracasado infierno.
Este
país se había vuelto frío como el hielo, pero no la clase de frío que yo
disfrutaba en mis veladas sin dueño, sino la clase de frío que detestaba, un
frío que no te llevaba a ningún placer y que cada día se exhortaba de más
huecos por doquier. Huecos enormes mientras aparecía un señor con bigote recordándote que tu mundo aún no estaba lo
suficientemente maldecido.
Lo
único que más lamentaba era saber que ella se quedaría aquí junto a él, y yo no
podría salvarlos de la oscuridad que se avecinaba por doquier. Yo sólo zarparía
sin retorno, mientras ellos me mirarían una vez más con sollozo...
Daniela Mora.